lunes, 26 de agosto de 2013

/Autonomía 74. Consumir más por aspiración que por necesidad

“El hombre puede encontrar la felicidad
sólo si sabe limitar sus necesidades”
Máxima Zen
El Producto Interno Bruto (PIB) de México se desaceleró en los últimos meses. En el periodo de abril a junio se produjo menos que en los tres meses anteriores. Esto es preocupante porque de continuar así en los próximos meses habría una quiebra sistémica de empresas y pérdida masiva de empleos; es decir, estaríamos otra vez en una famosa crisis económica. Momentos como este hacen pensar si el sistema económico que tenemos es el mejor que podríamos tener.
La economía ha llegado a un punto en el que su crecimiento se basa en que las personas adquieran más y más productos que en realidad no le generan una satisfacción personal real. Gran parte de la gente, de todas las clases sociales, destina la mayoría de su ingreso en consumir por aspiración más que por necesidad. Por eso las casas de empeño están repletas de smartphones de última generación que valen aproximadamente tres veces el salario mensual de un mexicano promedio. Asimismo, gente de ingresos medios o altos vive para el trabajo con el fin de comprar un mayor estatus social a través de propiedades, joyas, ropa, autos, etc.
Cuando adquirimos algún producto o servicio buscamos el menor precio o la mayor comodidad sin pensar en las repercusiones ambientales y sociales que tienen nuestras acciones. Gran parte de lo que se consume se tuvo que transportar por cientos o miles de kilómetros para lo cual se contaminó mucho más que si se hubiera producido lo mismo localmente. Asimismo, posiblemente provienen industrias contaminantes de China, o incluso México, donde los trabajadores obtienen sueldos y condiciones de trabajo inhumanas. Otro ejemplo es el uso excesivo del automóvil pues muchas veces no se justifica su uso; algunas veces es mejor caminar, tomar el transporte público o utilizar la bicicleta. De hecho, cada vez se justifica menos su uso en la ciudad, pues la forma más eficiente para transportar el mayor número de personas en el menor tiempo posible y contaminando menos, es con un sistema de transporte público intermodal.
El sistema económico también se ha basado en algo llamado obsolescencia programada. Es decir, que los productos están hechos para cumplir con una vida útil limitada para que continuamente se siga remplazando con algo “nuevo” y “mejor”. Es posible que en las tecnologías de la información sigan habiendo innovaciones útiles que justifique adquirir continuamente el producto más reciente. Sin embargo, llegará un momento en que las innovaciones sean superficiales como sucede en el sector automotriz. Cada año sale a la venta un nuevo modelo que en realidad no es mucho mejor al anterior. Además, desde hace varios años que el automóvil cumplió con su función de transportar a la gente.
En la industria restaurantera y alimenticia sucede algo similar pues se desperdicia una gran cantidad de alimentos cuando estos podrían ser relocalizados para que gente necesitada los aprovechara. Un ejemplo son las taquerías que se encuentran en el D.F. llamadas El Califa, donde un taco normal de pastor cuesta más de 20 pesos y uno de sus atractivos que presume es que todas las salsas que ponen en la mesa son desechadas cuando el comensal termina.

Ideólogos del decrecimiento, término provocador que propone autolimitar el consumo y la explotación medioambiental, afirman que es posible vivir mucho mejor con mucho menos. ¿Vale la pena trabajar más de 8 horas diarias para pagar créditos interminables de autos, televisiones, minicomponentes, celulares, etc. cuando se puede ahorrar dinero, cultivarse más y disfrutar más la vida al andar en bici, leer un libro, visitar a un amigo o un museo? Se trata de consumir y producir cosas que en realidad necesitamos y dedicar más tiempo a la cultura, la espiritualidad, a cuidar nuestra salud, a las relaciones personales y a disfrutar el medio ambiente. Consumir en la medida de lo posible productos producidos localmente, de forma más natural y ecológica; como los alimentos producidos en huertos urbanos. Caminar más, utilizar la bicicleta y el transporte público. Ver las etiquetas de los productos para saber dónde y en qué condiciones fue producido. Problemas de desigualdad, tráfico, contaminación e incluso de inseguridad se resolverían si estuviéramos conscientes de las necesidades de las demás personas y de las repercusiones que tienen nuestras acciones para el medio ambiente y la sociedad.

lunes, 12 de agosto de 2013

/Autonomía 73. Un paseo distinto por Nueva York

Alrededor del mediodía llegué al aeropuerto JFK (John F. Kennedy) ubicado en la zona de Queens, al este de Manhattan. Con 8 terminales es uno de los aeropuertos más grandes de Estados Unidos y el que transporta más pasajeros internacionales. Para ahorrarme unos dólares y conocer la forma en que los neoyorkinos se transportan, decidí tomar el autobús para llegar al metro en lugar de tomar el tren elevado. Como este medio no es común que lo utilicen los turistas y foráneos, tuve que pedir indicaciones a algunas personas. Contrario a lo que se piensa, en ésta y otras ocasiones la gente fue amistosa conmigo al darme indicaciones y recomendaciones.

El camión llegó después de alrededor de 10 minutos que parecieron más pues la temperatura era de más de 30 grados con una humedad de playa. Al camión abordaron en su mayoría trabajadores afroamericanos de las aerolíneas identificables por sus uniformes. Durante el trayecto casi en totalidad subieron afroamericanos y el resto hispanos. Las colonias por las que pasamos eran sencillas y para el contexto posiblemente pobres no muy distintas a una colonia de clase media o baja en México, con varios comercios austeros con letreros en inglés o español, y algunos en chino. En general, era una parte de NY que no aparece tanto en las películas, aquí no había rascacielos, taxis amarillos ni tiendas exclusivas de la 5ª avenida. Sin embargo, no se veía peligroso, se percibía una colonia alegre con gente en las calles de todas las edades. Algo que atrajo mi atención fue encontrar un huerto urbano en medio de la colonia entre tiendas y casas.

Después conocí el metro. El cual se compone de trenes en su mayoría subterráneos con potentes sistemas de aire acondicionado. Los túneles están sostenidos por columnas de acero oxidados que por la humedad y el calor hacen difícil respirar dentro de las estaciones. A pesar de ello, es muy popular y todo tipo de gente lo utiliza. Extrañamente esta gran ciudad no aprovecha el espacio de sus avenidas para implementar sistemas de autobuses rápidos, pues pocas rutas tienen carriles confinados o alguna prioridad en el espacio vial. Posiblemente esto sucede porque es parte del atractivo turístico ver avenidas llenas de automóviles y taxis amarillos.

El metro fue la mejor manera para transportarme hasta que descubrí la bici. En la ciudad de NY es común encontrar ciclistas por las calles y a la vez existe infraestructura para ellos, aunque tal vez no suficiente ni la mejor. Recientemente, se implementó un sistema de bicicletas compartidas similar a la que se encuentra en el Distrito Federal y en otras ciudades del mundo como Londres, Montreal y Hangzhou (China). Este sistema consiste en tener varias bici-estaciones distribuidas por toda la ciudad donde, después de adquirir una membresía de un año, un pase de 7 días o de un día, se puede tomar una bicicleta y antes de 45 minutos se tiene que regresar a esa u otra estación para evitar cargos extra.

Financieros influyentes, periódicos locales y Dorothy Rabinowitz, editorialista conservadora, se opusieron al programa de bicicletas compartidas. Los primeros no querían tener cerca de sus edificios las estaciones de bicicletas por lo que lograron reubicarlas, algo parecido a lo que sucedió en la zona de Polanco en el D.F. (historia: http://goo.gl/Flo2tj , reflexión: http://goo.gl/ttkszc). Los medios y sobre todo Dorothy argumentaban que las estaciones estorban, que los turistas que las utilicen no saben las reglas por lo que son un peligro e incluso afirmaron que lo más peligroso en NY no son los taxis sino los ciclistas y que esta ciudad no es Londres, Paris o Ámsterdam. Similar a lo que dijo Ángel Verdugo, un comentarista y editorialista mexicano, cuando llamó a aplastar la plaga de ciclistas que amenazan la ciudad de México (http://goo.gl/xdJpTu).

Sin embargo, gracias a este sistema pude transportarme sin problemas, seguro y algunas veces más rápido que por otros medios. También era más cómodo al evitar el sofocante calor del metro y no tan caro como un taxi; y además, lo disfruté como ningún otro medio. El paisaje que más recuerdo lo presencié cuando me dirigí a Manhattan cruzando el río del este (East River) por el puente de Brooklyn. Mientras pedaleaba con cierta velocidad en la parte descendiente del puente, sentía el aire fresco en el rostro y observaba los edificios del distrito financiero, que comenzaban a encender sus luces, enmarcados en un atardecer con tonalidades de color anaranjado y rosado.

Pienso que sin la bicicleta no hubiera conocido la misma ciudad. La bicicleta es un excelente complemento a la mejor forma para ser turista en algún lugar, que es caminando. Cómo conocer gente, disfrutar el medio ambiente, apreciar los monumentos y edificios, descubrir buenos restaurantes o tiendas poco comunes, si no es caminando o en bici. Al ir en un vehículo motorizado o en metro se dejan de apreciar detalles que hacen de un lugar único. ¿Por qué no querer estar en ciudades que se puedan gozar, donde se tiene contacto con la gente y el medio ambiente, y que sean menos contaminantes, como en Ámsterdam, Londres o París? Será que en ocasiones la gente se acostumbra a rutinas y pierde el interés por disfrutar y conocer su propia ciudad, y sólo quiere que su comodidad mejore sin atreverse a hacer las cosas de forma distinta.